miércoles, 17 de julio de 2013

Cisne Negro

Es increíble como podemos llegar a absorber una película, como podemos llegar a hacerla nuestra y convertirnos en personajes, convertir nuestras obsesiones en las suyas y montar paralelismos invisibles entre los dramas de la trama y nuestro propios teatro vitales. 

Ayer me convertí en el cisne negro, así, en un chas, en ese siseo que sonaba cada vez que afloraba la negra ave en la inocente y blanca Nina, ahí me iba transmutando yo en lo más oscuro de mi, lo más agresivo, dañino, caótico, autodestructivo y peligroso para mi propia mente, llegando un punto en el que desbloqueé algo en mi cabeza, algo que estaba ahí, y que quizás me impide avanzar, una realidad, creer que por entregar algo valioso a alguien, este lo cuidará, qué inocencia la mía, inocencia que ha ido siendo mermada a base hachazos hasta llegar a lo que es hoy, un bosque de cuatro árboles, que insiste en llamarse bosque. Si este texto lo hubiera escrito anoche, sería, probablemente un agujero de desesperación, tristeza y lamento tan negro como el cisne, pero nada que no arreglen seis horas de sueño.


P.D: Ayer también reflexioné sobre el hecho de que todos los blogs que visito son metáfora sobre metáfora, ¿qué fue de la gente que contaba trocitos de su vida, de si mismos por la red? Me encantaría ver historias reales, de gente real, con vidas reales, sin encriptados, con las justas florituras, quiero saber qué les ha roto por dentro como para escribir al mundo un puñado de letras que cualquiera pueda leer. Quiero algo de humanidad.

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